Hoy fui testigo de un adiós y espectador de la huella
profunda que deja el amor, una sola vida se convierte en el tiempo suficiente
para comprender y practicar lo esencial, es difícil imaginar la importancia de
sembrar compasión sin contemplar sus frutos, pero hoy los vi, hoy re aprendí
que no es importante cuantos, si no, como, el cómo se transmite la compasión por
el otro, y así, sin siquiera saber o querer, germina y crece en otro corazón.
Que le importa la riqueza al que ya aprendió a sembrar, ya aprendió lo
importante, lo que perdura, dejo su huella indeleble, como una marca registrada
irremplazable, que se acumula junto a otras trascendentes pero que no se borra
y se transmite de generación en generación, un legado inconmensurable, que solo
quien lo busca lo valora y quien lo tiene recibe sus frutos, matizados por su
libertad, luego solo queda cosechar frutos de amor.
Espero que antes de contemplar mi ocaso pasajero y de conocer la inmensidad de aquel lugar sin tiempo, pueda ya tener la destreza de uno de estos sembradores de compasión.
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